sábado, 30 de julio de 2011

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GABRIELA MISTRAL: SEIS O SIETE MATERIAS ALUCINADAS (*)

por Miguel Arteche

Permítanme que, antes de situarme en las "materias alucinadas" de Gabriela Mistral, diga algunas cosas que, me parece, no suelen decirse sobre ella, y con mayor razón cuando se trata de los cien años de su nacimiento. Pero es que, aunque conocidas, solemos olvidarlas. Y salto por encima de lo que solemos llamar "la fama de un poeta", aunque no quiero dejar atrás lo que ella, la fama, suele ser en países que no poseen un peso mayor de tradición; entendiendo ésta en su mejor sentido, esto es, de unión con el futuro, ya que son, pasado, presente y futuro, la misma cosa para la poesía, sin que necesite apoyarme en Eliot o en algún físico cuántico.

¿En qué se apoya la "fama" de Gabriela Mistral? Si se trata de la mujer que obtuvo el Premio Nobel de Literatura, esa fama no merece ninguna duda. Pero antes de obtener ese premio, ya era "famosa": homenajes, bustos, escuelas, calles, plazas y avenidas que llevan su nombre, clubes de fútbol, menús de restaurantes, premios literarios, billetes de banco (¿habría imaginado ella que su perfil aparecería en billetes de cinco mil pesos, los que el pueblo llama "gabrielas"? ). Si se trata de los obstáculos que algunos chilenos colocaron en su camino, en su carrera pedagógica o en su carrera consular, bien puede uno decir que la pequeña envidia criolla la hizo también famosa; si se trata de algunos adjetivos que se le aplicaron, también fue famosa, aunque algo torpemente: nada más torpe que eso de "divina" o de "santa", como algunos inventaron de ella; si se trata del Premio Nacional de Literatura, que se le concedió años después de que ganara el Nobel, y de todo lo que se hizo para que no lo recibiera, tampoco cabe duda de que fue famosa. Pero la fama, a veces es, como ella diría, "patitonta", y sólo sirve para confundir la poesía de un poeta, o su infancia. "Sedimento de la infancia sumergida": esto es la poesía, según ella. Y pienso que a esta "patiloca" que fue Gabriela Mistral le habría gustado ser, tal vez, menos famosa y que se sintiera mejor su poesía. Y digo "sintiera" aunque debería agregar "conociera". Digamos mejor, con Zubiri, que se llegara a ella con la "inteligencia sintiente". Aquí, en el sentir y en el conocer de sus poemas, uno piensa que nunca, en estos tiempos, ha habido tanta confusión sobre su poesía. Y no me refiero, desde luego, a sus buenos críticos, a sus apasionados estudiosos, a todos los que la aman, la conocen, la sienten.

Sus libros, ahora, se multiplican: muchos quieren estar en los homenajes. Hay, por ejemplo, nuevas ediciones de Lagar o de Tala, o eso que angustiosamente solemos llamar "poesías completas"; lo cual parece bien desde el punto de vista de la gratitud, pero no de la poesía (recordemos las poesías completas de Huidobro que, de estar vivo, el poeta habría rechazado). Pero recordemos, y vaya otro ejemplo, que Lagar (1954) tardó siete años en agotarse, y que Tala, su mejor libro, y uno de los más importantes libros de la poesía contemporánea de lengua española, es poco conocido, y menos sentido, del gran público, aunque desde Buenos Aires y desde Santiago los ejemplares se hayan multiplicado. (Sabemos que muchos libros se colocan en los estantes, si están bien encuadernados). Todavía ella es famosa por ciertas canciones de cuna, o por sus "Sonetos" (los de la Muerte, desde luego). Para ciertas personas de superficie, esos poemas son ella. Pero ¿por qué extrañarse de que no se conozca algo más que eso si ciertos poetas de vanguardia, en la antología que montaron en 1935, la rechazaron; y hoy los poetas que han asumido su tradición son contados con los dedos de la mano, en tanto otros asumen, aunque mucho memos que en 1940 ó 1950, la tradición de Neruda, que siempre ha sido esterilizadora? ¿No será porque de la poesía mistraliana se ha escamoteado su cristianismo, y porque es el más profundo poeta cristiano de este tiempo español y americano? Pero cristiano, para los efectos de su propia poesía, sería no decirlo todo, porque su cristianismo -o la poesía que mana agua cristiana- estuvo ligado no a espiritualidades baratas sino a la historia de América, a su conciencia fracturada, a su destino, muy lejos del azúcar candeal o la oratoria ventosa de circunstancias administrativas. De esto hablé hace veinte años en una conferencia que di en Madrid, y lo recordé en otra que ofrecí en esta Universidad, en diciembre del año pasado.

Todo esto introduce; pues, alguna confusión en lo que significa su fama y real valor de su poesía. Es el precio que debe pagarse cuando un poeta se transforma, y no por su gusto, en poeta nacional.

Y ahora vamos a entrar en estas "materias alucinadas", según sus palabras. Lo cual involucra no olvidar en qué espacio histórico y poético se encuentran estas materias.


***

En primer lugar, lo que es la materia para ella.

La materia -dice- está delante de nosotros, extendida en este inmenso panorama que es la naturaleza con la intención aparente de hacernos olvidar lo invisible, apegándonos a su hermosura; y nuestro cuerpo está susurrándonos que él es nuestra única realidad (...). Entre los artistas son religiosos los que, fuera de la capacidad para crear tienen al mirar el mundo exterior la intuición del misterio, y saben que la rosa es algo más que una rosa, y la montaña algo más que una montaña; ven el sentido místico de la belleza, y hallan en las suavidades de las hierbas y de las nubes del verano la insinuación de una mayor suavidad, que está -agrega- en las yemas de Dios.

¡Las yemas de Dios! He aquí, en un texto escrito hace ya más o menos setenta años, esa insistencia en llevar al cuerpo los dones de la naturaleza, y a ésta los dones del cuerpo, y de éste a los otros dones, los de Dios.

En segundo lugar, y también lo ha dicho ella misma, la materia está transida del espíritu, y se halla absolutamente religada a Dios. De esto no cabe duda, y lo que resulta extraño es que no se haya puesto el suficiente énfasis en ello. Lo alucinado por supuesto que aplica a la materia, sólo cabe tomarlo como aquello que seduce y hace que se tome una cosa por otra. En este caso, la materia, "realidad primaria de que están hechas todas las cosas", pasa, transfigurada, a unirse a su origen, del cual vino. Éste es el único sentido en que ella lo entiende. (Por contraste, véase cómo la materia surge en Residencia en la tierra). Así también se entiende mejor que, al cantar las materias, haya hecho, en primer lugar, su elogio. He aquí algunas de ellas: el agua, la harina, el fuego, el cristal, la ceniza, la arena, la piedra, el aceite, la sal, el pan.

En tercer lugar, la visión de esas materias no es sino una de las formas, tal vez la más importante, que adopta la poesía para dar cuenta del mundo: ver las cosas como si se vieran por primera vez. Un ejemplo, sobre el cual ya escribí: el "maravilloso" poema "Pan", y empleo la palabra "maravilloso" en el sentido de lo que causa admiración. Es un pan "alucinado", porque es mucho más que un pan. Gabriela Mistral lo ha visto como si se encontrara con él por vez primera, como si lo nombrara por primera vez. Es un pan que "irradia". Es un hallazgo de lo nuevo, de lo nunca visto. Esta es la mirada paradisíaca del poeta: la de la inocencia, aunque el poeta no sea inocente, y a pesar de sus miserias. Ver todo lo que nos rodea como si lo viéramos por primera vez: esto es crear, es decir, poesía. Dije: "como si lo nombrara por primera vez". Y éste es el último peldaño. Nombrar. El poeta es el gran nombrador, y en América es el único que sabe nombrar, o dicho de otra manera, el que no tiene más remedio que nombrar, pues si no lo hiciera no sería poeta. Ya que al nombrar o al "establecer" sus imágenes sobre objetos y cosas ya nombrados "transmuta" la materia, hace de ella su doble. Nombrar.

Gracias a los que supieron nombrar para todos los tiempos; el suceso más grande de las cosas -afirma Gabriela Mistral?, después de existir, es de ser llamadas precisamente. (En cuanto topamos con lo nuevo, el primer ímpetu es el de hallar la expresión que lo diga con sencillez; sólo entonces sabemos que, en verdad, no poseemos la palabra, y la pedimos). Para mí -continúa- no han sabido nombrar las cosas sino los místicos, que las punzaron hasta la entraña, y los poetas primitivos, los llenos de inocencia.

dice cuando recuerda la mar -la mar la llama- mediterránea en 1924. Y tres años después habla de lo que significa nombrar. "Nombrar", dice. "Cosa fina, y hasta un poco secreto esta de nombrar. Nombrando hacemos confesiones sobre nosotros mismos".

Y ahora el último peldaño, antes de ver cómo sean estas materias f alucinadas de Gabriela Mistral.


***

Vuelvo a recordar lo que escribí en 1968. Gabriela Mistral no puede ver, tocar, sentir la naturaleza ,americana,, si no la ve, al mismo, tiempo, conectada con puente intacto, a veces, o casi roto, a cuya otra orilla aguarda el símbolo cristiano: No es sólo un problema de técnica poética: es algo que nos atañe íntimamente a todos los americanos; forma parte profunda de nuestro ser, aunque casi todos lo ignoren, o le quiten el bulto; es el hecho de haber sido divididos en la historia, de vacilar entre una y otra concepción del mundo; de vacilar, como dice, entre una orilla y otra. Cuando habla en Ternura (1924) de las que llama "meceduras orales" (se refiere a sus canciones de cuna), y luego de afirmar (qué linda afirmación; y verdadera) que "el poeta honrado sabe dónde falló, y lo confiesa", agrega:

Una vez más yo cargo aquí, a sabiendas, con las taras del mestizaje verbal. Pertenezco al grupo de los malaventurados que nacieron sin edad patriarcal y sin Edad Media; soy de los que llevan entrañas, rostro y expresión conturbados e irregulares, a causa del injerto; me cuento entre los hijos de esa cosa torcida que se llama una experiencia racial, mejor dicho, una violencia racial.

En 1948, a raíz de unas palabras de Papini, le contesta:

Ponga, usted, mi amigo, en cuadro grande y en blanco, dos cifras: la de los siglos que tiene la cultura italiana, y al lado la de nuestra América niña, cosa de ayer, pino de cinco años. Olemos a nodriza todavía; tenemos los ojos aún azorados del nacimiento, y éste fue violento y un poco feroz, y nos ha estropeado los huesos. Y hay algo aturdido todavía en nuestras caras.

Y agrega:

...la línea indígena del Arte, por ejemplo, lo quechua, lo maya, lo tolteca, fue rota, quebrantada y hasta sepultada, con carretas de piedra y lodo por la Conquista. Ya se ha dicho bastante -continúa-, y por bocas muy doctas, que nosotros, los mestizos sudamericanos, somos una ruta cortada, o sea, un cuerpo rebanado por la mitad. Sufrimos aún la sangría consiguiente o algo más: una especie de conmoción que equivale al terremoto, una dislocación, o peor: la torcedura absoluta del rumbo comenzado.

***

Y ahora veamos qué ocurre con estas materias alucinadas, que son siete, y que, desde luego, son más de siete. Cerremos este número cabalístico. Es que, puesto a entrar en las que primero elegí -el aceite, el agua, el cristal- llegué a otras para, encontrar que también sobre, ellas Gabriela Mistral había realizado, asombrosamente, una operación de notable poesía.

Los textos fueron escritos en 1926, 1933 y 1941. Me refiero a los textos de prosa recogidos por Alfonso Calderón en Materias (Editorial Universitaria, 1978). En Tala (Editorial Andrés Bello, 1979) aparecen los poemas "Pan" y "Sal", entre otros que interesan menos, en la sección que tituló, precisamente, "Materias".

La estructura anafórica de esta prosa se ve tan nítida, que no, parece necesario insistir en una técnica que, para ella y por sus lecturas, arranca en parte de la poesía hebrea. ("El agua que camina..."; "El agua que corre..."; "El agua articulada...", etc.). Ni es necesario volver sobre el apoyo evidente que le presta el empleo del estribillo ("El agua es ágil y sin objeto suyo"; "Las piedras arrodilladas..."; "El aceite, más lento que la lágrima y más pausado que la sangre"). Ni, en el caso de los versos, recordar, porque es muy conocido, que se mueven, digamos mejor, vacilan, entre el eneasílabo y el decasílabo, con pasos al octosílabo y el endecasílabo, y largas paradas en el primero, usado de manera tan personal, por áspero, arcaico y acezante. Lo que me importa es señalar la manera en que emplea las imágenes, y hablo de imágenes para evitar términos demasiado técnicos que no interesan a los que aman la poesía. Términos como metáfora, símil, comparación, la animación de lo inanimado, y otros rótulos más o menos exóticos que no interesan a los poetas y cuyos nombres inventaron los que no son poetas. Imágenes, pues, para entendernos, porque son ellas las que nos comunican, y esto vale para cualquier poesía, con un mundo metahistórico: en este caso, con esas "alucinaciones" de sus materias. Las imágenes hacen el puente sobre el cual cruzan para llegar "al Mejor".

Aparte del estribillo de "La harina" ("La harina es luminosa suave y grávida"), y de la exactitud de los tres adjetivos, sobre todo del tercero, adjetivos para tres sentidos, esta materia parece sólo hecha para "criaturas sin pecado original", dice. Las otras imágenes surgen de la insistente maternidad que Gabriela Mistral recrea en figura de harina y harina-niña que "puede caer sobre un niño desnudo" sin que lo despierte. Lo que nos importa aquí es que todas esas imágenes, como las que descienden sobre otras materias, no son, al revés de lo que sucede, por ejemplo, en Odas elementales, recursos de empalagosa retórica para iluminar los objetos cantados. Esos "pies de algodón" de la harina -más silenciosa que el agua, resbaladiza como la plata, plena de luminosidad, gravidez y suavidad- llevan las huellas que los religan al Único, y usamos uno de esos tantos vocativos que ella emplea para referirse a Dios. Cuando elogia al agua, nuestra entrada es más profunda.

Para que no quepa duda, el agua mistraliana, que en todas las mitologías se nos muestra como elemento de purificación, "camina arrodillada"; da "testimonio de las formas al Que no Tiene Forma", es, literalmente, "religiosa"; y, cuando se trata del agua marina, ella sala nuestra sangre, pero se ha de volver dulce con la sangre, "al final de los tiempos".. Dicho de otra manera: se trata de un agua apocalíptica al comienzo de la Creación, al Génesis. Como otra materia a la que ella llama el Fuego, así, con mayúscula; el Fuego del Espíritu Santo "que vino del cielo y que volverá al cielo cuando cumpla su encargo", cuando gane "el agua y haga con ella una gruesa hortensia de vapor que se agujeree y se abra en gajos", y gane la Tierra y la haga "una dalia roja que disminuirá hasta volverse el jazmín de la ceniza pura". (A veces me pregunto si la fuente de estas imágenes no proviene de la poesía azteca o maya, y si ellas, las imágenes, no tienen su misma intensidad de término de todo,. de catástrofe histórica). No hay aquí; en esta prosa, línea perdida. Como en el elogio del cristal que, junto con el elogio del aceite, es una cima de precisión y brevedad.

En él, en el cristal, Gabriela Mistral acentuará la busca de la inocencia, que es en el fondo lo que el poeta hace cuando escribe su poema. No sólo el cristal es, "como el justo, inocente como un Abel de la Tierra": no sólo es la "única envidia" de ella; no sólo fue descubierto "con gozo, como un Cristo por los hombres que después de él no han logrado hallazgo mejor que ese hallazgo"; y no sólo tiene "infancia durable". Veamos lo que sucederá con los obreros que durante toda su vida no hicieron sino eso: cristales. Pocas veces yo he leído palabras tan íntimamente unidas a lo más hondo de lo cristiano. Y que no se diga que esto es, para Gabriela Mistral, pura abstracción, deseo de llevar a cabo, en esas vidas, lo que no pudieron realizar en la Tierra. Bastaría para demostrarlo otro poema, "Manos de obreros", lleno de agudísima tensión y ternura franciscana; manos que Jesucristo toma "y retiene / entre las suyas hasta el Alba". He aquí la llegada de los obreros al Paraíso:

Los obreros que hicieron toda su vida cristales, llegaron al cielo y encontraron que era eso mismo que ellos hacían sobre la tierra: un cristal limpio, anulador de las distancias, de la grande y de la pequeña, y en el que Dios estaba tan lejos y tan cerca que asustaba. Ellos, sin saberlo, habían sido atrapados en un cristal, tomados con su rostro, sus hombros y sus pies, y vieron sus segundos hombros y pies liberados de corrupción. Ellos viven todavía su asombro de aprender que ellos también eran materia de cristal cuando se movían en el taller echando sombras duras hacia los lados...

De la arena -"que hace suave la espalda del mundo", y "en la que escribió Jesucristo su único juicio con el fin de que se deshiciese antes de ser acabado y no fuesen a trocarle el sentido los jueces"-, pasamos a la sal, "que conforta y penetra" y es "santa Lucía blanca y ciega"; y volvemos a encontrar, cuando se refiere a la piedra o a las piedras, la misma imagen que enlaza con el agua. Las piedras se arrodillan; la piedra sirve de cabezal al Jacob "de nuca fuerte", y está en la cumbre de los "Andes místicos" ( ¡Andes místicos!, habría que decirlo con exclamativos); las piedras que ella puso debajo de su almohada, cuando tenía cinco años "como un montón de niños", "guijarros pueriles venidos a mis sábanas por jugar conmigo", lo cual no es sino un nuevo llamado a su "infancia sumergida". De todas estas materias mana esa alucinación que transfigura lo cantado, pero en ninguna como en el "Elogio del aceite" está tan presente y es tan avasalladora. Es un aceite como recién creado por Dios y entregado al hombre, destinado a reposar en la Gloria, "entre las otras materias"; será transmutado con "ojos de recién nacido". Así se "arroba" ella ante la materia, y se une a ella para ennoblecerla:

El aceite, más pausado que la lágrima
y también más que la sangre

Cuando resbala hacia las vasijas de vientre negro y las vasijas de vientre rojo, donde en diciembre descansa del dolor de la exprimidura.

El aceite suavizador de la entraña. Él entró en el corazón del magnánimo que perdona setenta veces, según la voluntad de Nuestro Señor y a causa de ese perdón lleva cada mañana unos ojos recién nacidos.

El aceite que suelta nuestras coyunturas lo mismo que afloja los hierros pertinaces y no deja desgranados con dulzura en mazorcas subterránea, cosecha de la buena muerte.

El aceite rubio, hijo solar de madre taciturna, presente y escondida en la negrura consumada de la aceituna como la sabiduría en la frente del buen pastor. El aceite ni dulce ni salobre, como la sabiduría.

El aceite que arde para darse en su llama una mirada a sí mismo y conocerse. Llama del aceite sin ambición, que sólo quiere señalar el punto en que está el pecho de las catedrales; llama sin ningún ímpetu que es la confidencia de Cristo que no alcanza a palabra y ni a sílaba.

El aceite, más lento que la lágrima
y más pausado que la sangre

El aceite, buen samaritano, que cura y vela como el otro, digno de haber participado en el Evangelio, siendo el treceavo apóstol. De haber seguido la Vía Sacra, el aceite lamiera las siete llagas como un perro divino y Cristo tal vez no da al morir el grito que contó Mateo.

El aceite que no quiso quemar a Juan Evangelista en la caldera y solamente lo sumió de la coronilla a los pies y entró por sus poros a probar su sangre, única cosa mejor que él mismo.

El aceite, que va a ser convocado con las virtudes cardinales de la Tierra y se va a sentar entre las otras materias, con rostro de oro vegetal, con brazos graves y en una dorada vertical de ropas talares.

El aceite, más lento que la lágrima
y más pausado que la sangre

(*) Ponencia presentada en el "Congreso Internacional sobre vida y obra de Gabriela Mistral", organizado por la Universidad de La Serena. Celebrado entre el 3 y 6 de abril de 1989.